No me gustaría ser un gato en Tokio...En Tokio, una de las megaciudades más grandes del mundo, un gato sin hogar recorre los callejones. Y, en su camino, se cruza con las vidas aparentemente dispares de algunos ciudadanos y los une de maneras inesperadas. Sin embargo, la ciudad está cambiando, y son esos cambios los que llevan al gato a los márgenes de la ciudad, donde se encuentra con una serie de supuestos desde un sintético que vive en un hotel abandonado hasta un ermitaño que teme salir de casa, pasando por un trabajador de supermercado en busca del amor. El gato rodea a los habitantes de Tokio y los acerca cada vez más.A través de una serie de fascinantes historias entrelazadas, Nick Bradley teje una novela de interrelaciones y distanciamiento; de supervivencia y autodestrucción, del deseo de pertenecer a algún lugar y la necesidad de huir de él.Con una narrativa original que rosa los temas políticos con suma astucia, El gato y la ciudad es una auténtica montaña rusa de emociones a través de las calles menos conocidas de Tokio.
Libro único Nube de etiquetas: Ficción contemporánea, novela coral, imita estilo japonés, capítulo manga. Advertencias: Crueldad animal, violencia de género. | Datos adicionales: Editorial: Plata Consíguelo en las tiendas: Amazon Páginas: 320 Publicado originalmente:2020 Publicación de esta edición: 2023 Género: Ficción contemporánea |
Sobre el autor:
Me pasaron muchas cosas con este libro. Resumido sería algo así como: no me enganchó de inmediato y lo abandoné dos veces. Lo compré en cuanto salió, porque confiaba en el sello y la tapa, con ese gatito y ese aire nipón, me enamoraron. Cuando lo fui a guardar en la estantería me di cuenta de un detalle bastante importante que espero poder achacar a mis problemas de vista: el autor no es japonés, ni siquiera asiático. Eso hizo que sintiera cierto rechazo del cual les hablaré más adelante. Luego de varios meses, cuando decidí leerlo, pensé que era una antología de cuentos. Ya que al finalizar la primera historia ("Tatuaje"), empieza una nueva historia que no comparte personajes (esa impresión da). Eso hizo que lo abandonara por casi un año. Luego, con mucha fuerza de voluntad mediante, volví a retomarlo y descubrí que en realidad era una novela coral, pero siguió sin gustarme del todo.
La manera en la que conecta las historias es realmente interesante, especialmente por cómo logra tejer un mosaico de personajes con diferentes matices de moralidad y estatus social. Cada uno de ellos aporta una perspectiva única a la narrativa, lo que enriquece considerablemente la experiencia de lectura. Sin embargo, hay un aspecto que me resultó bastante molesto: si la mayoría de los personajes son japoneses y la historia está inmersa en un contexto cultural claramente japonés, ¿por qué el autor siente la necesidad de explicar saludos o costumbres que son inherentes a esa cultura? Esa decisión me sacó un poco de la inmersión. Entiendo que algunos lectores puedan necesitar cierto contexto para comprender mejor las acciones o tradiciones, pero creo que habría sido mucho más efectivo y elegante resolver esto con notas a pie de página, en lugar de interrumpir el flujo de la narración. Esto habría permitido que quienes ya están familiarizados con la cultura japonesa disfruten plenamente de la lectura sin sentir que se les "explica de más".
Y eso me lleva a un dato visualmente notorio que, aunque pueda parecer irrelevante, adquiere cierta controversia en los debates literarios actuales: el autor no es japonés. Ni siquiera es asiático. ¿Qué importa eso? A simple vista, podría pensarse que no tiene mayor relevancia si el autor es capaz de construir una narrativa sólida y respetuosa que capture la esencia cultural y emocional que pretende transmitir. Sin embargo, en el contexto de una obra que reflexiona profundamente sobre temas como la inmigración, el sentido de pertenencia y la vida en Tokio, este detalle se convierte en un elemento que puede influir en la percepción de autenticidad del texto.
El hecho de que un autor externo intente abordar experiencias tan específicas puede generar una desconexión o incluso cuestionamientos sobre cuán legítima es su visión del tema. Tokio no es solo un escenario en esta historia; es casi un personaje en sí mismo, con sus matices culturales, sociales y emocionales (como bien lo explica un personaje de la novela). Que el autor no comparta una experiencia vivida en carne propia con ese contexto puede sentirse que la narrativa carece de una capa de profundidad que solo la experiencia directa podría aportar. Ahora bien, podemos pensar que la etapa en la que Bradley vivió como traductor en Japón ayuda a la transmisión de esta experiencia (¿alguna afinidad con el personaje de Flo tal vez?), pero como lectores, ¿nosotros cómo podemos saber si esta experiencia personal se asemeja a la de un japonés o a la de alguien que vacacionó un año en Tokio? ¿Hasta qué punto un escritor puede apropiarse de una cultura ajena y representarla con respeto y precisión? ¿Es posible hacerlo sin caer en clichés o malentendidos culturales? En un mundo donde las conversaciones sobre representación y apropiación cultural están tan presentes, este tipo de detalles se convierten en un punto de discusión válido, aunque no necesariamente determinante para juzgar la calidad del texto, por lo cual, les sugiero que tomen este dato con pinzas y esperen a leer la novela para darse una idea más cercana y poder discutir al respecto.
Por si lo quieren saber (supongo que sí ya que están leyendo esto) lo que pesa no es tanto la identidad del autor, sino cómo logra transmitir el sentido de pertenencia y la experiencia de inmigración de una manera que resuene auténticamente con los lectores. Sin embargo, esa autenticidad se ve comprometida por explicaciones que parecen más didácticas que narrativas, lo que evidencia, tal vez, una distancia insalvable entre el autor y el mundo que intenta retratar.
Pasemos a algo menos polémico: las inclusiones visuales dentro del libro, que aunque podrían haber sido un acierto para enriquecer la experiencia de lectura, no terminan de convencer debido a las decisiones tomadas en su implementación. Primero, está la incorporación de fotografías acompañadas por comentarios. Aunque la idea de integrar imágenes reales para complementar la narrativa puede ser atractiva y ofrecer un toque inmersivo, en este caso, el resultado no es del todo efectivo. En el libro impreso, esta elección afecta la paginación, generando una disposición visual que parece desorganizada o, al menos, poco armónica. Luego, está el intento de incluir un capítulo de manga, una decisión audaz que pierde fuerza en su ejecución. Aunque el material se presenta como manga, no respeta una de las características esenciales de este formato: la dirección de lectura original japonesa, de derecha a izquierda. Es cierto que adaptar un manga para un público internacional puede implicar ciertos desafíos técnicos y editoriales, pero la fidelidad al formato no es un detalle menor; es parte esencial de la experiencia cultural que representa. El manga, como arte y narrativa, tiene una estructura y un ritmo que son únicos y alterar ese aspecto básico hace que pierda parte de su identidad. Quizás hubiera sido complicado mantener la dirección de lectura japonesa, pero ¡manga es manga!
Para los amantes de los animales hay que aclarar algo que puse en las advertencias: sí, hay escenas de maltrato animal, pequeñas, pero están y eso puede sensibilizar a algunos (por ejemplo, ya le avisé a mi madre que no puede leer este libro).
En fin, tres gatitos y siendo generosa con mis sentimientos. Lo más probable es que en unos años termine donando este libro a alguna biblioteca.
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