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Custodios del secreto de María Correa Luna.
Cuando parecía haber encontrado el sosiego en su vida, la criminóloga Ana Beltrán comprende que una serie de muertes que encierran mensajes cifrados pone fin a la calma en la que estaba inmersa. En pareja con un exagente de Interpol, reconocida como profesional, esos cuerpos cercenados, que aparecen en distintas iglesias, separados de las cabezas, van a ponerle a prueba el temple y la sagacidad para resolver los crímenes.
La trama se complica con el descubrimiento de que todos los asesinados tienen un tatuaje que conforma una imagen única, compartida: un código más que deberán descifrar. La desaparición inesperada de Agustín Riglos, exespía y pareja de la doctora Beltrán, sume al grupo de investigadores en la desconfianza.
Con personajes desbordantes, como el comisario Justo Zapiola o la agente Verónica Ávalos, con escenarios que van de lo escabroso al mundo del jet-set, con el desconcierto que siembra el mejor suspenso y con la brillantez de la doctora Beltrán para resolver los enigmas, la trama se articula sin respiro para el lector.
Un hilo invisible unía todas las puntas: los cuerpos, los sitios en los que aparecieron, los tatuajes, la escultura del Grupo de Laocoonte, el Vaticano, el hecho de que quisieran echarlos luego de haberlos convocado: algo les ocultaban, pero ¿qué? Demasiadas puntas para unir en un solo caso.
En la tercera entrega de esta serie que no para de crecer en adeptos, María Correa Luna nos habla del poder de aquello que está oculto, de aquello que para muchos debe permanecer secreto.
Dos historias se mezclan: la de un pueblo, la de una mujer. Un pueblo que ya no es capaz de continuar bajo la explotación de los españoles en el Alto Perú comienza a alzarse con la voz de Túpac Amaru II; una mujer que ya no es capaz de soportar la opresión comienza a sublevarse contra el orden de lo cotidiano.
Lorenzo Bracamonte, criollo, oriundo de Buenos Aires, con propiedades en el Alto Perú, retorna a la ciudad que lo vio nacer con una supuesta intención comercial que no es más que una fachada para encubrir una misión que realiza para Túpac Amaru II: la de contactar a los espías ingleses de Buenos Aires y conseguir el apoyo británico a una rebelión que restaure el Imperio Incaico.
Afincado en casa de un antiguo amigo de la familia, Lorenzo se encontrará allí con Consuelo Montiel, quien vive, por su condición de mestiza, relegada por la familia. Entonces, otra sublevación se pondrá en marcha: la de Consuelo en busca de su pasado, de un lugar distinto para sí misma.
Llegaste para encenderme la sangre, para despertarme. ¿Y ahora qué? ¿Qué voy a hacer ahora con esta insurrección que me alborota el pulso y ya no soy capaz de frenar?
Cuando la revuelta estalle en el Alto Perú, cuando Lorenzo deba partir en secreto, la trama de las dos rebeliones se fundirán para ser una sola.
Escrita con una prosa delicada e impetuosa a la vez, La rebelión de los príncipes comprueba que Silvana Serrano es una de las más destacadas voces de la novela histórica del momento, capaz de contar con la misma precisión la historia de un pueblo y de una persona; la historia colectiva y la íntima.
El coronel y la dama de Veronica Lowry
La música que llega a través de la ventana de la casa vecina ha cautivado al coronel James Thomas Halston, militar y topógrafo, hombre circunspecto. La música lo ha llevado de regreso a la infancia, a los momentos felices junto a su abuela que le hacían olvidar las vicisitudes vividas en la sequedad castrense. El coronel ha vuelto a Londres dispuesto a casarse, y la música, otra vez, lo cautiva y lo hace sentirse cautivado por su vecina, que toca el piano ajena a los sentimientos que le despierta.
Para Charlotte Hemling, que tiene veinticinco años y jamás ha tenido pretendientes, la propuesta de casamiento del coronel le parece una tabla de salvación de la soltería y la soledad, a pesar de la seca formalidad con la que le ha pedido que fuera su esposa. No obstante, decide aceptar: tenaz y constante, caprichosa y vivaz, piensa hacer de ese hombre el hombre para ella.
La necesidad de apretarse contra él, de fusionar sus cuerpos, era muy fuerte. El calor crecía y la mano del coronel que le presionaba el muslo la estaba llevando al delirio: se mezclaban el placer del contacto y el leve dolor de la herida. ¿Cómo era posible sentir tal placer con el dolor? Todo era extraño, vulgar, atractivo y la hundía rápidamente en un vórtice en el que se deleitaba.
Verónica Lowry nos trae personajes inolvidables que se debaten entre la presión social de las buenas costumbres y el desparpajo de la aventura, entre el recato y el desenfreno.
¡Quiero leer El coronel y la dama!
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