Rodeada de cobardes

Ayer, cuando salí de trabajar y me dirigía confiada a mi casa, me asaltaron. Últimamente, en nuestro país, esto es moneda corriente y la gente suele decir "hay que agradecer que salimos vivos" como si eso realmente fuera lo único que importara.

Cuando bajé del colectivo, caminando por la calle que mil veces he recorrido, un monstruo (porque no merece que nadie lo señale como hombre) me tomó de la cintura, me sacó el celular e intentó, en vano, quitarme la cartera, la cual yo tenía cruzada, por lo cual pude mantenerla aferrada a mí.

Eso, me han dicho, fue un error. El "error". No debería haber defendido mis pertenencias, no debería haberme resistido al asalto. Al parecer, hay que dejar que nos roben, que nos golpeen y otras cosas. Uno no puede decirle que no al ladrón, al violador, al asesino. Hay que dejarse, porque, de lo contrario, vos tenes la culpa. Vos, que salías de laburar, que pagaste con tu esfuerzo y con tu tiempo de vida eso que te intentan sacar por la fuerza, ahí vos tenes que dejarte. Vos estás en falta si no lo haces.

Pero, porque a veces tengo carácter, porque me gusta mi cartera (que en realidad es un maletín negro que en nada se diferencia de otros maletines de docente), porque sabía que en esa cartera tenía las evaluaciones de sintaxis que le había tomado a mis dos hermosos cursos... ¿Cómo le iba a decir a los ochenta chicos que había perdido sus pruebas en un asalto? Resistí, aferré mi cartera, una cartera que poco valía, y perdí el celular...

Cuando el monstruo se dio cuenta de que no iba a poder sacarme la cartera, se enojó. Me tironeó por última vez de la cartera con inusitada violencia y me arrojó al suelo. Luego, saltó sobre mí y salió corriendo. Nada se interpuso en su veloz huida de la escena, ni los espectadores del evento, ni los tenderos, ni el policía bonachón que estaba apoyado en una esquina con las manos en los bolsillos.

Había gente alrededor mío, gente que me escuchó gritar cuando el monstruo me agarró, gente que decidió mirar para otro lado, gente que se hizo a un lado para dejar pasar a esa abominación, gente que siguió viviendo como si yo no estuviera en el suelo. Solo una señora, mucho más grande que mi abuela, se acercó a ayudarme a levantar del suelo. Le agradezco mucho, pero en ese momento, mis ojos acusadores solo buscaban al responsable que ya había desaparecido.

Una vez que comprendí lo que había sucedido, que pasaron unos segundos en donde el mensaje de "te acaban de afanar en el medio de la calle en plena luz del día rodeada de decenas de personas y un milico" llegó a mi cabeza, me acerqué corriendo al policía. Un "hombrecito" panzón y con cara de aburrido, apoyado cómodamente con las manos en los bolsillos. Cuando comencé a hablarle de lo sucedido, lo único que atinaba a decirme era "Cálmese, señora, cálmese". Lo cual incendió mi ira. La única respuesta que recibí ese día fue "Si quiere haga la denuncia"... Si quiere... si quiere. Señor Policía, usted que vio todo no hizo nada, lo dejó pasar al lado suyo, lo dejó escapar... ¿De qué sirve la denuncia? ¿Se lo puede denunciar a usted por incompetente?

Me descompuse luego, me di cuenta de que además del celular, también me faltaba plata. Una vecina me compró una botellita de gaseosa y me instó a beber para recuperarme. Insistía en no sé qué cosa del azúcar. Cuando por fin llegué a casa, lo único que puede hacer es llorar. Llorar por mi celular, con todas las fotos hermosas que tenía, llorar por la plata perdida, llorar por la horrible sensación que tenía a suciedad, llorar por todo el dolor que sentía, un dolor físico y emocional. Llorar, en fin, porque todo es tan injusto, porque uno se encuentra solo, porque nadie se mete, porque nada tiene sentido.

Estaba rodeada de cobardes, hombres de todas las edades que solo miraron, hombres de todas las estaturas que se hicieron a un lado, hombres de todos los estados físicos que estaban demasiado preocupados por si mismos. ¿Cuándo el hombre pierde su hombría, su estado natural de hombre? ¿Era el monstruo un hombre? Aquel que miraba, ¿era un hombre? Ese policía, ¿era un hombre? Al final, terminaré pensando que todos eran cobardes, todos menos esas dos señoras que me auxiliaron, ambas mujeres.

Cobardes, hasta el momento no entendía qué significaba de verdad esa palabra. Hoy lo sé, sé varias cosas: hay que dejarse, hay que mirar para otro lado y hay que esperar que esto suceda. Gracias por enseñarme, la próxima vez, lo pondré en práctica.

Disculpad, lectores, si esto se sale del esquema del blog.

Pero tenía que soltarlo.

Espero sepan comprender.