Y los dioses atropellaron de Susana Biset. Páginas: 320
No hay una única fundación para Buenos Aires: están las de los conquistadores; las fundaciones míticas; pero también están quienes habitaban la tierra sin tener que fundarla, sin suponerla de su propiedad, sin más deseos que vivir allí una vida apacible.
Conocemos, sin embargo, los registros de los conquistadores: las ambiciones personales y secretas de Pedro de Mendoza para embarcarse hacia el Río de la Plata; la codicia de los nobles y los marinos; a la tripulación reclutada entre reos y desclasados; en suma, a las miserias de quienes, más que embarcarse a un mundo nuevo, huían del viejo. Es esa furia, esa violencia la que dominará toda la travesía, la que hará que la colonización sea una conquista, que los intercambios se vuelvan apropiaciones
Los querandíes –habitantes originales de la Buenos Aires fundada por esos escapados de España– pueden vivir de la tierra, con la tierra, sin necesitar nombrarla, llevan adelante una vida de sosiego sin lujos, de comunión con el entorno y la naturaleza. i siquiera ven a los barcos que se acercan como invasores
Sin embargo, esta fundación se escribe con sangre: los españoles, pacíficos en apariencia, atacan a los pobladores del lugar; Pedro de Mendoza se apropia de la mujer de un capitanejo de la tribu. Con esa historia como metáfora de la violencia de la conquista, que relata coraje de una querandí que no se resigna a ser parte de un séquito invasor, Susana Biset vuelve a fundar Buenos Aires: una ciudad que nace signada por un enfrentamiento irreconciliable entre dos mundos.
Más allá del temple de Lola P. Nieva. Páginas: 448
La Orden del Temple, los templarios, ha pasado a la historia como un grupo de bravos guerreros que practicaban misteriosos rituales, que luchaban incansables, invencibles por su doble condición de soldados y monjes, de fiereza y de fe, de potencia y recogimiento.
Álvar Villar de Honrubia, caballero templario, ha recibido la misión de proteger el castillo de Salvatierra, un enclave cristiano en tierras musulmanas, y de defenderlo del asedio almohade. En el castillo se guardan, también, tesoros de la Orden. En el castillo, encontrará a Jimena de Castro, a quien ha conocido cuando ambos eran niños, a quien ha visto sufrir por la injusta muerte de su madre a manos de la justicia templaria, a quien se siente ligado de una manera inexplicable, quien lo hará tambalear en sus creencias, en su condición de monje, en sus elecciones como hombre.
No solo era un hombre interesante y apuesto, además era siervo de Cristo. Y robarle a Dios uno de sus más fieles servidores era un justo pago, a su juicio. Él, el Creador omnipotente y misericordioso, se había llevado a su madre sometida a torturas y sufrimientos. Ella sería más compasiva: torturaría el alma del hombre, pero, a cambio, sometería su cuerpo al placer de la carne hasta enloquecerlo.
Completan el rompecabezas de la novela el misterio de una sucesión de asesinatos en el castillo, las prácticas alquímicas, las creencias gnósticas, la búsqueda de un secreto que podría cambiar el curso de la cristiandad.
Después del éxito de Los tres nombres del lobo, Lola P. Nieva nos sorprende con esta novela en la que retoma sus temas dilectos: la Edad Media, la sensualidad árabe, el descubrimiento del amor negado, la pasión erótica; y nos entrega una historia apasionante que no puede dejar de leerse.