Luego de pasar unos días super divertidos ayudando en una librería y con una anécdota muy jugosa que contar, le pregunté al dueño del negocio si podía escribir mi experiencia en el blog y la respuesta fue muy rotunda: "¡No!". Así que si alguien pregunta, mi nombre no es Natasha y no les voy a contar acerca de cierta librería pequeña del partido de Lomas.
El padre de una amiga mía tiene una librería muy pequeña en el centro y si bien el negocio no les va como hace unos años atrás debido a dos librerías más grandes y conocidas que abrieron en el mismo círculo, necesitaban un par de manos extras por si había que atender a clientes o adornar los libros con papel de regalo y otras chucherías.
Mi amiga Marisol, sabiendo que soy fanática de los libros y que trabajar en una librería sería, prácticamente, un regalo de Navidad para mí, me pidió que la ayudara unos días. Así que ahí estaba yo, estudiando la lista de precios y acomodando los libros de saldos en las mesas cercanas a la puerta, super emocionada, escuchando de fondo música pop y hablando con Mari de chicos lindos cuando... Entró el dueño de la librería. El padre de mi amiga es un hombre muy bueno, pero... un poco enojón. Nos cambió la radio hacia la AM y nos arruinó la mañana con noticias sobre cortes de luz y agua, protestas y más cosas de nuestro típico país.
Y la gente no venía. No eran las doce y me había quedado sin nada que hacer. Mari me miraba y yo la miraba a ella. Un par de clientes entraban, veían los saldos, algunos compraban y otros salían con las manos en los bolsillos.
Mari, que tiene años ayudando a su padre, se les acercaba con una gran sonrisa y la típica frase de "¿Puedo ayudarlo?" He de reconocer que yo jamás me porté bien con las vendedoras, siempre me pareció molesta esa frasesita, así que un poco incómoda, la cambié a: "¿Vio algo interesante?". Fatal, pero no se me ocurrió otra cosa.
Ya hacia la tarde, después de un sándwich y una bebida fresca, me di cuenta que gente (potenciales clientes) sí había. Pero... Se iban hacia las otras librerías. El pobre cartelito, que además sirve para apoyar las bicicletas, de nuestro local no era demasiado llamativo. Mirando los estantes descubrí algunas joyas. ¿Cómo es posible que Divergente estuviera oculto detrás de Crepúsculo? ¿Y ese era Stephen King tirado atrás de un nombre desconocido (vale, no era desconocido, pero ahorita no lo recuerdo)? Disimuladamente, comencé a cambiar de lugar los títulos. Y fue ahí cuando se me ocurrió la idea.
Con Mari fuimos en plan espía a las otras librerías. El lector joven se agolpaba detrás de mesas con Bajo la misma estrella, Retrum, Los Juegos del Hambre, Insurgente y Oscuros. El lector adulto revisaba los policiales y muchos, con disimulo, se metían al sector romántico. ¿Qué era lo que fallaba en nuestra pequeña librería? Simple, el marketing.
Con una cartulina amarilla, un afiche rojo, un corrector blanco y un fibrón negro grueso emprendimos nuestro sistema. En el cartelito/bicicletero pegamos la cartulina que decía bien grande: "¡Hay ejemplares de Divergente e Insurgente!". En el afiche pusimos los títulos de los libros más vendidos en la librería, todos inventados por nosotros, pero que sabíamos que eran de venta caliente.
Las chicas fueron las primeras en entrar. Ahí me arrepentí de no tener señaladores de mi blog. Mari y yo les dábamos ejemplares de Divergente y de paso les recomendábamos otros títulos, muchos de los cuales estaban a precios bajos debido a que hace rato estaban en el depósito.
A los grandes fue más difícil venderles, primero porque no les gustaba que había muchos chicos jóvenes dando vuelta y segundo porque el dueño de la librería no ponía una sonrisa ni aunque las ventas dependieran de ello. ¿Yo escribí eso? Que mal...
Cuando se nos acabó Divergente, tuvimos que sacar la cartulina que lo anunciaba y pusimos una nueva, muy simpática, que decía: "¡Nosotros SÍ leemos lo que vendemos! Atención personalizada."
Y ahí se nos llenó de gente más adulta que venía a preguntar por tal o cual libro. Por suerte, a pesar de su carácter, el dueño resultó ser un buen lector, ya que siempre sabía que responder. Yo escribí la url de mi blog en algunos papelitos y Mari se dedicó a envolver los libros en papel de regalo.
Lo más tierno fue una mamá que entró casi corriendo y me dijo algo así como: "Mi hijo no suelta la computadora, antes leía pero ahora no sé qué le pasó." La señora se fue muy contenta con Insignia.
Todo estuvo muy bien, hasta que vino un policía con peor cara que el dueño de la librería. Y ahí entramos a la parte de la anécdota que me prohibieron que contara, pero como yo soy muy Katniss y me prendo fuego (jajaja) la cuento igual. Dicho Oficial de la Ley nos pidió, poco amablemente, que sacáramos el cartelito de "¡Nosotros SÍ leemos..." porque atentaba contra las otras librerías y eso "no se podía hacer". Si bien el padre de Mari fue muy diplomático y trató de calmar las cosas (seguramente tenía miedo de que se armara un escándalo) la charla se fue a mal puerto. Sin embargo, el policía la hizo fácil y arrancó él mismo, de un manotazo, el cartelito. Nosotros tres nos quedamos muy sorprendidos. Casi le hacemos un funeral al cartel, pero había gente que atender, así que volvimos a nuestra tarea. Pronto se nos ocurrió otro cartel: "¡Adivinamos el libro perfecto para usted! Atención personalizada" No tuvimos el mismo éxito que el anterior, pero al menos nadie vino a quitarlo.
El veinticuatro terminamos una jornada exitosa. Los libros fueron envueltos con un bonito papel navideño, con señaladores super lindos de la librería y de las promociones editoriales. Y la atención, creemos que estuvo excelente. Sin dudas, luchamos lo mejor que pudimos contra las grandes moles del mercado, ofreciendo un regalo único para todos: una buena historia.
¿Fuiste a alguna librería esta semana?
¿Anduviste por Lomas?